Somos un equipo de personas radicalmente diferentes: desde la que se estudia el periódico todos los días, hasta la que lee las hojas del té; la que se arma de argumentos meticulosos y la que desarma con poesía. Nuestra creatividad surge de lluvias de ideas y debates.
Es más feliz con un libro en una mano y una cerveza en la otra. Su locura la llevó a la filosofía, esa inquietante disciplina que interpela más fuera del salón que dentro, la culpable de su amor por las letras. La condujo por el mundo: de voluntaria a Laos y de estudiante a Sydney. Sus viajes han sido aventuras que lleva bajo las uñas y que se esconden en las arrugas que rodean su sonrisa. Son tinta para su pluma.
Cuenta la leyenda que a los 11 años encontró un pájaro muerto en el jardín de su casa. Decidió refrigerarlo mientras localizaba una pala para otorgarle un digno entierro a ese soldado caído. Fue difícil explicarle a la familia por qué el compañero de las frutas estaba emplumado, pero ha sido una inagotable fuente de risas. Podrá pecar de ideas poco ortodoxas, pero jamás de desinterés o de poco amor.
Nació en México y vivió dieciocho años en Venezuela. Está convencida de que la migración le hizo el corazón migajas y estas se encuentran desperdigadas por las tierras de sus dos gentilicios. Siempre le gustaron las letras, pero cuando se subió a un avión sin boleto de vuelta descubrió necesitarlas. Ha trabajado en consultoría, recursos humanos y docencia. Dice poder pasar el resto de su vida dedicándose a cualquier cosa que se base en el alfabeto: solo quiere escribir.
Es de pocas pero afincadas convicciones: la poesía es para leerse de noche, a los perros no deben pasarles cosas malas, el pensamiento crítico es la mejor escuela, y lo único que salva del dolor son las palabras que podemos decir cuando lo llevamos dentro.
Es yucateca; la Ciudad de México es su jardín de concreto. Su mamá le enseñó a escribir y su papá a envolverse en preguntas tontas, que son lo que más le gusta cuando se ve en el espejo. Las respuestas las persigue entre hojas de papel.
De la licenciatura en Filosofía aprendió que las creencias son saltos a ciegas y que hay que saltar, pero sin tomarnos en serio. Escribe para entender: artículos de filosofía, participaciones en coloquios, una columna semanal en el periódico Punto Medio. También tiene una mano dentro del mundo editorial, donde ha colaborado con Planeta en varios proyectos de edición y dictaminación de manuscritos. A su pesar, abusa del punto y coma, no sabe escribir sobre lo que no cree y apunta todo lo que piensa, por miedo a que se le olvide quién es.
Aunque ha vivido toda su vida en la Ciudad de México, se considera una mujer errante: sus historias, gustos e ideas nunca han sido sedentarios. Autodidacta por vocación, se encontró en el cine, la literatura y el psicoanálisis. A pesar de que la combinación pueda suponer contradicción, estudió Economía y Filosofía. Trabajó en una agencia de publicidad y cruzó la frontera entre los que leen y los que hacen los libros cuando se convirtió en editora de Planeta.
En un mundo donde parece todo ya estar determinado, se regocija en destellos de espontaneidad, libertad y azar. Las letras son ese relámpago y su pluma la posibilidad de un mundo otro.
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